11/12/2007

extraido de Surf a Vela

Solo en la mar
El sábado 10 de noviembre amaneció en Cabo de Palos con una galerna del carajo. La mar montañosa, con olas de más de seis metros, rugía como nunca pensé que podía hacerlo. El viento del norte seco, frío y jodidamente fuerte peinaba las olas y cortaba la piel de la cara y las manos. Llovía de lado y granizaba a rachas. Eran las 8:30 de la mañana. Menos mal, pensé para mí. Hoy no se puede navegar. Demasiada mar, demasiado viento y demasiado frío. Llamé a Fran. "Nene, de momento no hay cojones, nos hablamos en una o dos horas, cuando calme la lluvia". Desayuno en casa con Sonia y Carlochete. Joder, cómo pela. Ha entrado el invierno de golpe, con fuerza y con Norte, muy frío. A las 10:30 Fran está de camino. "Prepara las tablas y las velas, la cosa se ha puesto bien".Ya estamos en la playa, plantados mirando lo que se nos viene encima. El viento ha bajado un poco y se muestra más practicable (¿?). La mar, esa no, esa sigue rugiendo, ahora menos peinada pero igual de vasta, oscura y convulsa. Somos los de siempre, el Sico, Fran, el Jorge, Carlos y yo, como en el anuncio de la cola, pero con olas y en nuestra playa de siempre. Después de un cuarto de hora de calentamiento en la bahía pensé que había llegado el momento de medir la verdadera altura de las olas. Salí sin pensarlo, de la única manera que se pueden hacer las cosas sin pensar, con un poco de acojone torero y una pizca de gallardía surfera. La primera de cine, una surfeada de las de película, no sé si muy fina pero como te digo, para mí, de cine. Una ola de esas no tienes muchas oportunidades de bajarlas viviendo en el Mediterráneo. Bueno, a por otra, esto no está tan mal. Volví a salir y lo mismo, pedazo de ola potente. Subidas y bajadas a mil por hora, de vez en cuando a escapar de la espuma y a buscar el sitio otra vez. La emoción aplaca el miedo y la confianza relajan los sentidos. He salido entero y el cansancio y el frío hacen mella en mi cuerpo. Vamos a la orilla, los colegas están para contarles tus batallas y tú para escuchar las suyas. Descojone general, mucha risilla de canguelo, bromas y miradas de complicidad. Hasta aquí, todo perfecto. Un buen día de viento y mar salvaje. No navegamos mucho tiempo, pero con intensidad, disfrutando al máximo lo poco que las condiciones nos dejaron, sin apurar y sin arriesgar demasiado. No sé por qué volví a intentarlo. Cuando mejor estaba navegando, la mar me dio de lado. Toda la suerte que había tenido hasta hoy, se me negó en ese momento. Tras salir de un par de espumas trastocado, perdí el planeo y la vi. No sé si fue la ola más grande, seguro que no, pero lo que sí sé seguro es que fue la más fea, la más oscura y la más rugiente de todas las olas que he visto desde abajo. Cayó en el momento justo, ese que todos los que navegamos tememos. El de ni patrás, ni palante, el de 'mecagoenlaputa, la cagué'. La furia con la que arremetió contra mi aparejo partió el palo de cuajo, no sé si en dos o en tres. Me sumergí cuanto pude, pero a pesar de eso, me centrifugó de lleno. Nunca una ola hizo temblar tanto mi pecho como esa. Espuma, espuma y más espuma y, de vez en cuando, una bocanada de aire frío. Una rápida valoración de la situación me puso alerta, aquí hay que salir tocando, estoy en el peor sitio, en medio de las rompientes con mucha corriente y cerca de la bahía. Conozco el sitio, sé que no puedo salir de frente a la costa, sólo hay rocas y la mar está tan brava que como me acerque, me aplasta. Hacia el norte, la salvación, la bahía y el remanso pero también la corriente y el viento. Tras nadar contracorriente y comprobar que luchar es inútil, venzo el miedo e intento recuperar la tabla, quizás sobre ella avance más deprisa y consiga recuperar barlovento. Imposible, las olas y el viento impiden que avance. Bueno, calma, calma todavía puedo intentar alcanzar la bocana por el sur pero, tras ver el espigón artificial de bloques que protegen el canal y la fuerza con la que rompen las olas, veo las rocas del cabo norte un poco más suaves. Antes de poder pensar, otra ola me arranca la tabla de las manos y pensé bueno, a tomar por culo, ya no me queda nada a donde agarrarme cuando no pueda más. Ese fue el momento, el momento que toda mi vida he estado evitando, el momento en el que te enfrentas a la realidad de tu miserable situación y en un instante te asalta la duda y el miedo, la desesperación y la angustia, piensas en tu mujer y en tus hijos, en tus padres y tu familia y en lo mucho que los quieres y en lo poco que se lo has dicho y en las ganas que tienes de salir de allí como sea. Me acordé mucho de Carlos, un buen amigo que un día desapareció en Cabo de Palos navegando en tabla y en lo mal que lo debió pasar hasta su muerte, solo y en la mar. Así estaba cuando vi llegar a mi amigo Fran, que tío, un par de güevos sí tiene el chaval. Fran es bombero y sabe lo que se hace, aunque esta vez no estoy seguro si lo pensó demasiado. "Nene, ya está todo arreglado, hemos avisado a Protección Civil y nos vamos". "¿Cómo que nos vamos?", le digo, "habrá que esperar no!" "No, te arrastro". Joder, ya estamos. Yo sabía tan bien como él que eso era totalmente imposible en esas condiciones. "¿Y el barco?" "No, el barco no puede salir". "¿Y el helicóptero?" "Bueno, eso ya veremos, tiene que venir de muy lejos y no sabemos cuanto va a tardar". "Vale tío, de puta madre, tráeme un chaleco y un casco que me voy por las rocas" "Ni de coña, por las rocas, ni de coña". Ya os decía, sabe lo que se hace. Al fin consigo convencerlo de que si seguía allí íbamos a ser 2 capullos a rescatar. Otra vez me quedé solo, y esta vez rogué al cielo que me diera otra oportunidad y me mandara un ángel, o mejor un helicóptero, que si me sacaba de allí prometía ser lo mejor que yo puedo ser, que aunque no sea mucho, algo será, y que me dejara conocer a mi futura hija Daniela y que aunque yo no lo mereciera, lo hiciera por mi mujer y mis hijos. Antes de darme cuenta vi en el horizonte la luz del helicóptero que me sacó de allí. Al equipo del helicóptero les costó sacarme debido al fuerte viento y a la altura de las olas, pero ya daba todo igual, estaba a salvo y no podía dejar de llorar de felicidad. Ya en tierra, y tras el reconocimiento médico pertinente, me abracé como un gilipollas a todos mis amigos sabiendo que lo habían pasado en tierra tan mal como yo en la mar. Allí estaban todos, Diego, Pepino, Chano, JuanCarlos y su cámara mudos del susto pero contentos de vernos, desde lo alto de las olas los intuía corriendo de lado a lado del cabo agitando los brazos y gritando. Llamé a Sonia y a mis padres, no les conté mucho pero necesitaba oír su voz. Ahora sé que tengo que cumplir mi parte del trato, y si no soy lo suficientemente bueno, al menos estudiaré todas las posibilidades antes de meterme de nuevo en la mar, que como dice mi padre, y de esto sí que sabe más que nadie, la mar no tiene amigos, y cuanto más la quieres, peor te trata. Un saludo: Carlos de la Rocha. La Manga del Mar Mayor P.D: Ayer llamé al Centro de Coordinación de Protección Civil de la Región de Murcia para agradecerles que pusieran en peligro su propia integridad por salvarme. Me consta que la rapidez de su intervención fue decisiva para que yo en este momento escriba estas líneas. Quisiera decirles, por si no les vuelvo a ver nunca, que se sientan orgullosos por el trabajo que hacen porque como yo habrá mucha gente que no les olvidará jamás.

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