10/25/2007

TRIBUTO...Los campeones



Gisela Pulido, 13 años, la perfecta simbiosis entre una niña y un renacuajo. Cuerpecillo menudo y liviano. Si cogiera un ramillete de globos, volaría hasta la estratosfera. Juguete del viento, que la mece, la empuja, la zarandea, la vuelve ingrávida como una cosmonauta con traje de neopreno mientras ella aprovecha para hacer piruetas, trucos y otras acrobacias de volatinera en pleno vuelo rasante. O no tan rasante, pues con su cometa desbocada podría encaramarse al balcón de un segundo piso. Gisela, tricampeona mundial de kitesurf. Santo y seña de una generación de monicacos que se han puesto el mundo por montera. Para ellos el mundo se reduce a tres docenas de playas azotadas por el viento en Venezuela, Brasil, Australia, Grecia, Cabo Verde, Nueva Caledonia, Baja California… Es una visión del planeta al mismo tiempo ancha y estrecha, global y especializada. Gisela Pulido, que acaba de terminar 1º de la ESO, ya no se rasca la coronilla y enumera aplicadamente cuando le preguntan cuántos países ha visitado. Son demasiados. Prefiere atajar y responder con naturalidad: “He estado en los cinco continentes… Varias veces”.

Gisela todavía tiene edad para que le hagan otra de esas preguntas inevitables: ¿qué serás de mayor? Antes decía que veterinaria, ahora que periodista. Nadia Comaneci, la niña gimnasta por excelencia, fue campeona olímpica con 14 años. Haber sido campeona del mundo en 2004, con diez recién cumplidos, infunde un aplomo especial. Gisela sale del agua después de haber eliminado a otra campeona mundial, la brasileña Bruna Kajiya, de 21 años. Se deja besuquear por su familia. Merienda un plátano. Se sienta un rato en la orilla con su pandilla del instituto (su padre decidió trasladar su residencia de Barcelona a Tarifa para facilitar sus entrenamientos). Concede un par de entrevistas antes de la siguiente manga. Habla de las playas venezolanas, sus favoritas. “El mar siempre está flat (liso), pero lo malo es que si te caes, te pican las medusas. Y las medusas de allí pican un montón”. Y posa para el fotógrafo sorbiendo una bebida energética. Exigencias de uno de sus patrocinadores. Es ya una rutina. Un modus vivendi.

Como ella, cientos de adolescentes y veinteañeros se dejan llevar por el viento y por el mundo, con sus cometas, sus arneses y sus tablas de kitesurf. Nómadas de un deporte donde parece que los practicantes hubieran pasado un cásting para un desfile de modelos: son todos guapos. Guapos es poco, arrebatadoramente bellos. Perfectos. Con un alto porcentaje de querubines rubios y diosas bronceadas que derrochan salud. Culos y pectorales que hubiera cincelado Michelangelo. Y además simpáticos y sonrientes. Y no solo porque dependen del patrocinio para financiarse los viajes (unos 10.000 euros al año solo en desplazamientos) y deben ser amables y accesibles con los medios. Se nota que les sale de dentro. Niñatos encantadores cuyas vidas son una sucesión de vuelos en avión y en cometa, aeropuertos tropicales y hoteles de costa, vientos y oleajes, trucos en el aire bautizados en inglés, puestas de sol, hogueras en la playa y fiestas chill-out.



Fernando Borrello, 23 años, argentino con rastas jamaicanas, es uno de estos peregrinos del viento. “Voy a Brasil y Oceanía, luego a Europa, dependiendo del hemisferio en que sea verano. Aquí, en Tarifa, trabajo un par de meses en una escuela de kitesurf como monitor. Gano unos 4.000 euros y vuelvo a Argentina. Allí, con la moneda tan débil, mi plata se multiplica por cuatro y puedo pagarme otros billetes de avión, otras estancias…” Fernando habla con admiración de Gisela. “Una rider bárbara”. Pero sobre todo habla con veneración del viento andaluz. “¡Ayer soplaron rachas de 70 nudos! Fue muy divertido. No puedes hacer virguerías. Cualquiera hace exquisiteces con un principio de huracán. ¡Pero qué manera de volar! Esto solo pasa aquí. Muchos prefieren vientos constantes que no levanten olas, pero Tarifa, Tarifa puede ser muy salvaje”.

Tarifa, provincia de Cádiz. La ciudad más meridional de Europa. El viento más guasón del continente. Un viento bromista, muy gaditano, que puede lanzarte en dirección a las nubes y con las mismas dejar de soplar como por ensalmo, convirtiendo tu cometa, que era un F-18, en un trapo inservible que cae en picado. Nunca sabes si va en serio o se está cachondeando de ti. Un viento esquizofrénico con doble personalidad: levante cálido y terrestre (y dicen que afrodisíaco), poniente fresco del Atlántico. Hoy sopla el levante, acelerado por el efecto túnel del Estrecho de Gibraltar, que le mete el turbo. Y en la playa de Valdevaqueros solo los más temerarios se atreven a medirse con él. Cuando sopla el poniente, la carretera de Algeciras se llena de furgonetas y rancheras; y las playas, desde Bolonia a Caños de Meca, pasando por Zahara de los Atunes, de cometas coloridas. Todos quieren ser Mary Poppins. Pero hoy hay que echarle valor. Algunos competidores salen catapultados hasta la zona de los windsurferos, que han perdido terreno ante el empuje del kite (los artesanos que fabrican tablas en Tarifa han tenido que reciclarse) y solo la pericia les salva de una colisión. Da la impresión de que existe un salto generacional. Se ve mucho cincuentón y sesentón centroeuropeo, espléndidamente conservados, con venerables tablas de windsurf cubiertas de arañazos de tres décadas de medirse a las olas. El kitesurf, en comparación, es cosa de críos. En cuanto a los simples bañistas, están recluidos en un gueto protegido por boyas. Pero la frontera no es hermética y hay que andar con mil ojos cuando los novatos la invaden, incapaces de gobernar sus tablas. De hecho, el kitesurf es un deporte de riesgo que está prohibido en muchas playas españolas.

El viento es aquí un filón inagotable. La industria gaditana por excelencia. Parques eólicos y turismo. Kilovatios de electricidad y divisas frescas. Don Quijote tendría que hacer muchas horas extra para enfrentarse a los 250 estilizados molinos que salpican el paisaje y que producen un terawatio por hora (1.000 millones de kilovatios), suficiente para abastecer el consumo doméstico de una ciudad de 700.000 habitantes, como Sevilla, durante un año y medio. Un viento que no hace prisioneros y centrifuga la arena. Masticas arena, te reboza los tímpanos, se te incrusta en los párpados, te da picotazos, te abofetea. Ráfagas que desquician a Rocky Chatwell, 17 años, tejano de Corpus Christi, que sale del agua íntimamente magullado en su amor propio. “Me he comportado como un jodido principiante”, se queja después de ser eliminado. Rocky no tiene patrocinador. La familia le paga los viajes, así que para él es una faena no pasar ronda. Ahora tendrá que volver a pedirle pasta a sus papis para irse dentro de un par de semanas a la siguiente prueba del mundial: Mar del Norte. “A Tarifa no vengo más. Es de locos intentar piruetas con vientos tan duros”. Rocky es uno de los pocos norteamericanos del circuito. Esto no es Malibú. Ni se escucha a los Beach Boys. Por la megafonía suena Tote King, hip hop español: “Mamá es mala porque apaga los petas, ¿no? Mamá es mala, pero paga tus setas”. Pero el espíritu es el mismo. O casi. Envejecen los hippies, pero no su filosofía. O por lo menos el buen rollo y la comunión de los espíritus.

Las banderas de los hoteles están hechas jirones, deshilachadas. ¿Cuánto durará el levante? Hay páginas especializadas en internet que pronostican la alternancia de levante y poniente en estas playas, con África en el horizonte, a solo 14 kilómetros de Marruecos y el polen del Rif, y donde apenas naufragan las pateras desde que el Estrecho fue monitorizado con satélites espía. Furgonetas refrigeradoras de los años setenta, a rebosar de bebidas energéticas. El aseo cuesta veinte céntimos, tres generaciones de mujeres hacen negocio con las ganas de orinar del personal. Y no se apiadan aunque te retuerzas y te hayas dejado la calderilla en la guantera del coche. Casi todos los riders son muy rubios, mechones casi blancos, apelmazados, melenitas imberbes, la piel morena como de campesino o albañil, de muchas horas de trabajo, pero con la suavidad del aftersun y ninguna arruga a la vista. Pero es que no tienen edad.

Gafas enormes de pasta blanca, guiños y saludos elaboradísimos entre los competidores, mezcla de idiomas. Un alemán que lleva siete años aquí tiene acento andaluz. Un malayo melenudo con pasaporte sueco se gana la vida probando tablas. Otro chaval habla de viento como quien habla de religión. Devotamente. Una jerga solo para iniciados: “Estaba muy racheado y aún así conseguía mantener la cometa en el aire. Yo la probé en modo de cuatro líneas, con las bridas delanteras y conexión directa atrás”. “¿Y qué tal el rango?” “Como una C, o sea, necesita más viento que una plana para empezar a andar. El rango por abajo será de 13 nudos o así. El depower es brutal”. “Pues mola, ¿no?” “Sí, va cojonuda para trucos que necesites potencia constante en el loop y que si ves que te vas a dar el castañazo sueltas la barra, la potencia se esfuma y no te matas”. Conversaciones que se mezclan con las de las familias de domingueros que curiosean: “Mira niña, si te pica el totete, pues te lo rascas”.

El malagueño Álvaro Onieva sale del agua tiritando. “Tengo fiebre de tanto sol”. Una espectadora compasiva le da un ibuprofeno. Álvaro se lo agradece y se acurruca junto a su novia. Tiene ganas de mimos. A los cinco minutos ya está otra vez en forma y dispuesto para competir. Otro concursante se aplica la crema solar como si fuera pintura india, franjas de guerrero comanche. Tatuajes que ocupan toda la espalda. Ipods con auriculares gigantes. Cometas que hay que inflar con bombas como de bicicleta y que parecen alas de murciélago. Bikinis y trikinis, espaldas que son triángulos perfectos. Para almorzar, ensaladas y rajas de sandía. Sándwiches y muffins de chocolate. Aquí no se come. Se reposta. Hidratos de carbono de alto octanaje. Camisetas con mensaje: ¿Quién fue el primer surfista de la historia? Jesucristo. Y Cristo, en bañador, levita por encima de las aguas. Que los anemómetros os bendigan.



RETRATOS



Gisela Pulido, 13 años, España



Tricampeona mundial. Un prodigio de precocidad que una tarde se aburría en la playa y le pidió a su padre, aficionado al kitesurf, que le dejase probar una cometa. Era un mal día de viento. La fuerza del aire no era suficiente para levantar a un adulto, pero sí era la ideal para una pequeña de ocho años. Gisela dejó a toda su familia boquiabierta. Lo único que no le gusta de este deporte es “estar todo el día llena de arena y mojada”. Cuando está de viaje por una competición, pide los deberes en el colegio y los entrega a la vuelta. Habla con nostalgia de los arrecifes de coral de la Polinesia francesa. Un médico controla el tipo de arnés que debe utilizar para que su crecimiento y desarrollo físico no se vean afectados. Le gusta chatear con sus amigos por el messenger.





Ruben Lenten, 19 años, Holanda



Campeón del mundo. Pero su padre le obligó a concentrarse en sus estudios antes de dedicarse profesionalmente al kitesurfing, disciplina que exige llevar una vida itinerante. Tiene un estilo agresivo y en la playa, cuando no está surfeando, escucha música en su ipod. “Mi filosofía puede resumirse en paz y adrenalina. Vivir la vida tal y como viene, sin gastar demasiada energía en cambiar las cosas que no se pueden cambiar”.


Álvaro Onieva, 20 años, España y Silvester Ruckdischel, 19, Alemania


El malagueño Onieva es campeón de Europa y subcampeón del mundo. Tiene media docena de patrocinadores. “Solo así puedes permitirte participar en el circuito, más que nada por los viajes. Al principio me los pagaban mis padres”. Ha fundado una empresa que diseña material para kitesurf. “Es un deporte muy atractivo visualmente, pero además es fácil de aprender respecto a otros deportes acuáticos. Puedes empezar a navegar en dos o tres días con las lecciones adecuadas. Eso sí, hay que extremar las precauciones”, recomienda. En Tarifa, un curso básico de 12 horas cuesta 250 euros. Su amigo Silvester Rudischel reside en Marbella desde los doce años y lleva dos de profesional.



Johara Sykes-Davies, 25 años, Reino Unido; Julian Hosp, 21, Austria y Rocky Chatwell, 17, Estados Unidos


Johara es galesa y compagina el esquí con el kitesurf. Su novio también es surfero. “Si le dices a tu pareja que vas a estar una horita en el agua y pasan cuatro horas y todavía no has vuelto, la única forma de que no se enfade es que también practique este deporte”. Ha recorrido Marruecos y Canadá en una vieja furgoneta y su playa favorita es La Ventana, en México. Rocky es un adolescente norteamericano que se ha juramentado no volver a Tarifa después de ser eliminado a las primeras de cambio. “Este viento es de locos”. No tiene patrocinadores y debe pagar de su bolsillo cada viaje. Julian, austriaco, intenta consolarle. Se verán las caras en la próxima competición en aguas alemanas.


Bruna Kajiya, 21 años, Brasil


Campeona del mundo y la más dura rival de Gisela Pulido. En Tarifa fue primera hasta el último día, pero en la ronda final tuvo que rendirse ante la española en el último suspiro. Malhumorada (algo inusual en ella), salió del agua y esquivó a los fotógrafos. Lleva cinco años en el circuito y es una de las concursantes que más expectación genera en la playa y que más admiradores arrastra.

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